jueves, 22 de mayo de 2014

La generación beat. Esos locos vagabundos de América.

Entre las décadas de 1940 y 1950 surgió en Estados Unidos un movimiento literario al que sus propios miembros llamaron Beat. Beat, por "beat down": cansado o abatido, según la traducción.
¿De qué estaban cansados? ¿Quién los había abatido?
La Segunda Guerra Mundial, primero, y la posguerra después.
Scott Fitzgerald ya había escrito "El gran Gatsby". Hemingway pronto ganaría el Nobel de Literatura, y mientras tanto un grupete de vagos que había venido escribiendo desde principios de los ´40 empezaba a asomar con sus primeras genialidades, su propia visión de la norteamérica profunda, una visión honesta y cruda alejada del sueño americano de postal. Muchos fueron los nombres que se anotaron en este movimiento, pero yo tengo dos que, creo, destacan sobre el resto.
El primero fue el ídolo de los otros, aunque este ídolo no quería que lo incluyeran en el movimiento: William Burroughs.

"Cuando me levanté y empezaba a pasear, vino a hablar conmigo un psiquiatra. Era muy alto. Tenía largas piernas y un cuerpo grueso, en forma de pera con el extremo estrecho hacia arriba. Sonreía al hablar y tenía voz aflautada. No era afeminado. Sencillamente, no tenía nada de lo que, sea lo que sea, hace de un hombre un hombre. Era el doctor Fredericks, jefe psiquiátrico del sanatorio.
Me hizo la pregunta que hacen todos:
––¿Por qué siente la necesidad de consumir droga, señor Lee?
Cuando se oye esa pregunta, se puede estar completamente seguro de que quien la hace no sabe absolutamente nada de la droga.
––La necesito para salir de la cama por las mañanas, para afeitarme y para tomar el desayuno.
––Quiero decir físicamente.
Me encogí de hombros. Lo mejor habría sido darle la respuesta que quería, para que se fuera: me causa placer.
La droga no causa placer. Para un yonqui, la droga es importante porque es lo que causa la adicción. Nadie sabe lo que es la droga hasta que tiene el síndrome de abstinencia".
("Yonqui", William Burroughs, 1953)

Lo que sucede con Burroughs cuando estás frente a un texto suyo es que no podés abstraerte de lo que Burroughs te está mostrando: sus historias huelen a sucio, a la basura de la esquina, al asfalto de las ciudades. Los mundos que describe se ven grises y uno todo lo ve gris porque, en efecto, este viejo que accidentalmente mató a su esposa de un disparo no quiere contarte las cosas haciéndolas bonitas, sino que te las cuenta simplemente como son.
En la vereda de enfrente ––aunque, claro, dentro del movimiento––, se encuentra el que todos los beats consideraban el mejor: Jack Kerouac.
"Aquel último día en Frisco* la calle Mission era un gran lío de niños jugando, negros que volvían alegres del trabajo, polvo, excitación, la gran animación y el vibrante zumbido de la que sin duda es la ciudad más excitante de América... y por encima el puro cielo azul y la alegría del brumoso mar que se oye toda la noche y hace que todos tengan mayor apetito y más ganas de divertirse.
Me molestaba tener que marcharme; mi estancia había durado sesenta horas. Con el frenético Dean corría por el mundo sin oportunidad de verlo. Por la tarde estaríamos en Sacramento, zumbando de nuevo hacia el Este".
("En el camino", Jack Kerouac, 1957. *Frisco, por San Francisco)

¿Por qué, más arriba, dije que Kerouac se encontraba en la vereda de enfrente? Porque, a diferencia de Burroughs, Jack Kerouac es el novelista con alma de poeta, el que describe la belleza de lo triste y el color profundo y claro de la inmensidad. Toda su obra es atravesada, además de por el frenético ritmo de su prosa viajera, por un inocultable espíritu de desesperanza y redención.
Y si bien "En el camino" es su novela más reconocida y mejor lograda, yo creo que existe una mejor: "La vanidad de los Duluoz". Allí, un Kerouac ya maduro nos cuenta sus años jóvenes entre el desempleo y el estallido de la Segunda Guerra con él a bordo de un carguero atacado por submarinos alemanes, y luego de regreso a Nueva York para encontrarse con sus nuevos amigos con quienes, más adelante, formaría ese grupo de narradores y poetas locos, marginados y crudos de los que quise hablar en esta nota.
La generación beat dejaría un legado de búsqueda espiritual y acercamiento a las raíces que pronto, unos años después, allanaría el camino para la llegada de los hippies.
La prensa norteamericana no siempre los trató bien, y con el tiempo la pacata sociedad consumista del mundo libre se encargaría de ridiculizar a este movimiento acuñando un nuevo término para identificarlos y banalizarlos: beatniks. En otras palabras, los convirtió en una moda.
Para terminar, un momento genial de Los Simpsons, donde Ned Flanders nos revela que su padre era, precisamente, un beatnik.
De todas maneras, ya nos volveremos a encontrar con Kerouac y Burroughs en las páginas de este blog.


                                        

1 comentario:

  1. y cuando se los convierte en moda, se los integra al sistema....se los come, se le quita el miedo que genera....bueno, eso lo decís con la banalización,

    ResponderEliminar