viernes, 16 de octubre de 2015

Ese algo especial de Kerouac

Fue una noche silenciosa y fría, quizás en el invierno de 2012, cuando subrayé una frase en mi ejemplar de "En el camino" que leía sentado en un café cerca de casa. Había descubierto ese encanto tan particular en la forma en que Jack Kerouac te lleva a su mundo, y no quise que se me escapara. Hay quienes dicen que Scott Fitzgerald también tenía tal encanto, y yo también lo creo y creo que eso es algo que no puede obtenerse en un taller literario o en la escuela de Letras. El encanto se tiene o no se tiene. Bien, volviendo a aquella noche de invierno en que subrayé la frase, y aunque con el tiempo perdí ese ejemplar y ya no recuerdo qué era lo que había subrayado, lo que importó en ese momento fue el descubrimiento en sí. Había descubierto qué es lo que lleva a un escritor a ser único, o, mejor dicho, a ser particular. A tener estilo.
En "La vanidad de los Duluoz", mi novela preferida de Kerouac que releí en el último tiempo, descubrí todo un párrafo por demás encantador.
Aquí va: 
   

"En las tardes de otoño, en Massachusetts, antes de la guerra, siempre veías a algún tipo camino de casa, para cenar, con los puños profundamente enterrados en los bolsillos de la cazadora, silbando y caminando, entregado a sus propios pensamientos, sin tan siquiera mirar a las demás personas que iban por la acera. Y después de la cena siempre volvías a verlo apresurándose por el mismo camino en dirección a la confitería de la esquina, o para ver a Joe, o una película, o camino de unos billares, o a hacer el turno de noche en un taller, o a ver a su chica. Eso ya no se ve en América, y no solo porque todo el mundo conduce un coche y va con la cabeza estúpidamente erguida guiando esa máquina idiota entre los peligros y tribulaciones del tráfico, sino porque hoy en día nadie camina despreocupadamente con la cabeza baja y silbando; todo el mundo mira a las demás personas que van por la acera con culpabilidad o, lo que es aún peor, con una curiosidad y un interés fingidos y, en ciertos casos, con aire de "estar al loro", de "no querer perderse nada", como quien dice, mientras que en los años treinta había películas de Wallace Beery en las que él daba media vuelta en la cama al ver que el día era lluvioso y decía: "Qué tanto, voy a dormirme otra vez, de todos modos no me perderé nada". Y nunca se perdía nada. Hoy oímos hablar de contribuciones creativas a la sociedad y nadie se atreve a pasarse durmiendo un día lluvioso ni a pensar que realmente no se va a perder nada."




¿Qué hace a este pequeño relato de la vida suburbana tan reconocible en la pluma de Jack K?
Subrayé dos momentos geniales:
-"Para ver a Joe". Kerouac no dice para ver a alguien, o para ver a un amigo. No. Él dice "Joe". Joe es el amigo que todos tenemos, aquel con el que podemos pasar una noche cualquiera hablando de cualquier cosa, en un día cualquiera de la semana cuando no tenemos nada que hacer. Joe son todos los amigos a la vez. Kerouac dice Joe y así le da identidad al todo y, en definitiva, a la nada.
-"Eso ya no se ve en América". Esta es la ambición de un narrador con ganas de retratar no solo su pequeño mundo, sino el de todos quienes lo rodean. En su juventud Kerouac anduvo las rutas de su país y creía estar preparado para hablar de "América" cuando algo le llamaba la atención o no se le apetecía en gracia. Y es que si se es parte de un mundo propio, inevitablemente lo que le pasa a uno es lo que les pasa a los demás.  

Vayamos entonces por el camino de Kerouac. Vivamos el mundo admirados y sorprendidos de nosotros mismos. 


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