sábado, 26 de julio de 2014

Crítica de crítica

En las últimas semanas se me acumularon los temas sobe los cuales me gustaría hablar en mi blog. Después sucedió algo gracioso y es que, cuando me di cuenta, tenía un extenso sumario de notas y cada vez menos, menos y menos tiempo de sentarme a escribir.
También pasó que no pude dejar de dedicarme a un momento crucial de la segunda novela que estoy escribiendo ––que se llama La bella pérdida; ya hablaré de eso más adelante––, y todo esto hizo que cada vez que me sentaba en la compu abriera el archivo de la novela y dejara el blog para mañana. Esa es la excusa de haber estado ausente de LoqueIvánpiensa. Me pido perdón por eso. Y a los lectores también.
Sin embargo, hoy sábado a la mañana sucedió un imprevisto.
Me desperté alrededor de las diez y media y me quedé paveando con el iPad en la cama. Dando vueltas por Twitter me detuve en una nota del suplemento Cultura del diario Perfil a cargo del escritor y crítico argentino Damián Tabarovsky. La nota era más bien una crítica sobre otra nota publicada en ese mismo suplemento a cargo de Betina Gonzalez. Betina hace una crítica sobre una novela, y Tabarovsky la cuestiona diciendo lo siguiente: 

   
...Algo de eso ocurre en un párrafo crucial de la reseña de González cuando, para justificar su valoración negativa de la novela, escribe: “El problema es que los episodios se acumulan en la vida de Roque, pero Roque sigue siempre igual, como si nunca creciera (…) No hay relato porque no hay verdadera transformación del personaje ni verdaderos conflictos que hagan avanzar la trama”. Cada una de esas frases está cargada de la más convencional ideología literaria.


Quiero resaltar esta parte: "Cada una de esas frases está cargada de la más convencional ideología literaria".
Es evidente que, para Tabarovsky, el hecho de que una historia avance es convencional y, por lo tanto, malo. 
Tabarovsky refuerza entonces su adhesión a la corriente literaria muy de moda en estos días que prefiere novelas donde no pase absolutamente nada. Esta corriente, amante de la historias donde los personajes "son" en vez de "hacen", es por demás hiriente al sentido fundamental y primario de la literatura, que es, en definitiva, contar una historia. Tabarovsky tal vez prefiera los relatos donde un tipo se sienta en la ventana a barruntar sobre la vida y la insignificancia del ser y luego... Y luego nada. 
Quizá Tabarovsky hubiera preferido que, en Moby Dick, Ismael se pasara tres años arriba del Pequod observando el océano y pensando cómo sería cazar una ballena. O que nuestro amigo Raskólnikov en Crímen y castigo se pasara las 900 páginas pensando en cómo se sentiría matar a la vieja usurera Aliona Ivánovna. O que el intrépido detective Philip Marlowe, el de Chandler, se quedara en su estudio analizando la crueldad de la psiquis de los sospechosos a los que debería salir a investigar.
Bien, esta forma de pensar a la literatura no hace más que alejar al lector de los libros. Pero no estoy hablando del lector entrenado que, como yo, puede fumarse tranquilamente un Proust ––autor que Tabarovsky, en la nota, usa como referencia de novelas famosas en la que no pasa nada, pero tampoco estoy de acuerdo con eso porque, si bien los siete tomos de En busca del tiempo perdido son pensados por el narrador, más allá de esto la historia avanza y el personaje crece dentro de ese pensamiento––. No. Me refiero a que la corriente defensora del "no pasa nada" aleja al lector medio, el que quiere sentarse a leer una novela que lo atrape, que lo haga pasar página tras página y tenga ganas de ir a comprar otro libro del autor que tanto lo atrapó y del cual quiere conocer más.
En definitiva, aleja al lector que compra. 
Si Tabarovsky quiere que lo lean él y su selecto grupo de amigos entendidos, perfecto.
Yo, yo prefiero que cualquiera pueda leerme.


La nota de Tabarovsky en Perfil:


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